domingo, 1 de enero de 2012

CONDUCCIONES Y ENCIERROS DE GANADO BRAVO




EN SUCESIVOS CAPITULOS EXPONDRÉ LO QUE EL COSSIO DICE AL RESPECTO.

CAPITULO I
Conducciones del ganado.
Aludí y mencioné, al hablar de los cabestro, diversas operaciones en las que su concurso era indispensable. Pensaba, entre ellas, en todas las que tienen por fin mover el ganado dentro de la dehesa o conducirle a algún lugar fuera de ella. pero sobre todo, es importante el apartar reses, principalmente los toros destinados a lidiarse.
Guiadas por los cabestros y arropadas por ellos, las reses dócilmente se las hace mover hacia el lugar que se desea. Este manejo constante, ni requiere técnica alguna complicada, ni creo que necesita aclaración. Pero si quiero hacerla y dar algunas noticias de las condiciones de ganado a mayores distancias, bien para trasladarse de una dehesa a otra o para conducir los toros hasta la plaza.
Las previsiones y precauciones deben ser escrupulosas en ambos casos; pues tratandose de toros que han de atravesar fincas ajenas y poblados, el negocio es más delicado y las diligencias deben multiplicarse.

CAPITULO II
Joaquín Bellsolá (Relance) en su libro el toro de lidia, es quien mejor ha tratado, este tema, y así el nos serirá de guia.
Estos traslados de ganado han de ser conducidos por vaqueros, que regentan los cabestros; y los vaqueros pueden ir a pie, a caballo o unos de una manera y otros de otra. El pastorear a pie los toros es costrumbre típica de Navarra, y a pie acompañan los vaqueros las conducciones del ganado. Si la distancia a recorrer y, por lo tanto, el tiempo a emplear en el viaje son largos, han de ir provistos de provisiones de boca, y así abre la marcha un borriquillo cargado de las alforjas, o hato, con el hombre que le conduce, llamado hatero. Claro es que esta precaución es necesaria en toda especie de conducciones largas, si bien en otras regiones las cabalgaduras portadora de provisones suele ser un jinete con su caballo. En las conducciones a caballo va delante el mayoral, con los bueyes de estribo y de cola arropándole, siguiendo los toros y los cabestros de tropa y cerrando la marcha los demás jinetes.
La marcha que deben hacéseles llevar es la de un hombre al paso. El ganado vacuno es por naturaleza vago y le molesta andar deprisa, y violentarle en esto sería exponerse al desorden y hasta al desmande o escapada de alguna res. Este paso lento es, pues, condición precisa para que las reses vayan tranquilas y bien encabestradas. Tan solo se debe apretar la marcha en pasos en que se recele que, por extrañar los toros algún accidente o por ser conveniente que pasen deprisa, como en los poblados, pudieran desmandarse. Es precaución, al llegar a éstos, avisar de alguna manera para prevenir riesgos, y, así mismo vigilar el que las reses no entren a comer o causar prejuicios en las fincas próximas al cordel o cañada por donde se las conduzca.




CAPITULO III.



Creo que sería empeño esteril el procurar averiguar la fecha en que se empieza a hacer conducciones de esta manera, pero acaso sea curioso consignar algunas noticias pintorescas de incidentes o aventuras que en tal operación suceden. Conduciendo toros en 1627, para la plaza de Madrid, sufrieron los vaqueros un asalto de vandoleros del que dan cuenta y piden reparación en un curioso escrito, y que es del siguiente tenor: "Antón De Horterga y Miguel López y Bernabé Varón, vaqueros del ganado de S.M. y de Juan Alvarez, decimos que estando con los toros en esta villa en el Algarrada el sábado en la noche en media noche, llegaron a nosotros siete salteadores y maltratándonos y poniéndonos las espadas y las dagas a los pechos, nos dejaron en cueros, que hasta las camisas nos quitaron, y apartándose de nosotros después de habernos desnudados, vimos que trataron entre ellos que volviesen a matarnos por no ser descubiertos. Y temiendo que volvían corrimos a la venta a pedir favor, que a nos ser así y valernos por nuestros pies, allí nos mataran. Pedimos y suplicamos a V.S. servicio a Dios y a nosotros muy grande limosna para ayuda de compar tres nuestros vestidos, que en ello hara V.S. servicio a Dios y a nosotros muy grande limosna." El ayuntamiento acordó que se les diera el toro que se había escapado en el incidente, dudosa generosidad, pues quedaba de cuenta de los vaqueros el encontrarle y capturarle.






CAPITULO VI



La conducción a Madrid desde las remotas dehesas andaluzas duraba hasta un mes. Si iban los toros destinados a ciudades costeras del Norte de España, aún les quedaban otro mes de viaje, con el descanso de otros treinta días en los prados próximos a Madrid. Es decir, que desde las marismas de Sevilla hasta San Sebastián duraba el traslado del ganado tres meses. A resolver los inconvenientes de estos plazos largos y arriesgados se acudió con el invento del traslado de los toros en cajones.



Los incovenientes de las conducciones de los toros a pie, máxime en distancias largas, eran considerables, y se hicieron más notorios cuando la generalización del ferrocarril imprimió un ritmo más rápido a los traslados de personas y mercancias. Debió pensarse enseguida el utilizar tal medio de transporte para los toros, y fue el conserje de la plaza vieja de Madrid, don Pascual Mirete, quien hacia 1.860 tuvo la idea de hacerlo en cajones.



La innovación como toda novedad, produjo protestas y polemicas y se discutieron ampliamente ventajas e inconvenientes. Aún coleaban tales, bastantes años después. He aquí como razonaba, en 1. 877 , el periódico taurino El tío Juanero, que se publicaba en Málaga: "¿Cuál es la causa que modifica el carácter salvaje de las fieras? La reclusión. En los estrechos límites de una jaula, el animal más feroz acaba por domesticarse y perder las fuerzas prodigiosas que desarrolla en estado salvaje en los campos... Se le hace entrar en esas jaulas estrechas, sin ventilación suficiente..., proporcionándole para mayor castigo más cargas y descargas en las estaciones de salida y arribo..."




ENCIERROS.


La operación de hacer entrar un toro o piara de toros en un corral cerrado y por una puerta, se realiza con una técnica elemental que, seguramente, no ha sufrido variación desde tiempos muy remotos.


Conocemos el instinto del toro que, sobre todo en manada, huye y se deja conducir en grupo, máxime si le acompañan cabestros enseñados. Pero el hacerle pasar por el estrecho de una puerta puede provocar su recelo y hacer que se desmande y se niegue a entrar. Para ello se dispone de una manga que no es sino dos empalizadas que van a morir a uno y otro lado de la puesta y que no son paralelas, sino que cada vez se separan más una de otra.


El ganado, conducido por vaqueros a caballo, entra en el embudo de la manga sin recelo. En ese momento se ha de forzar su marcha y, a medida que la manga se estrecha, acelerarla hasta el máximo, pues en la carrera es más difícil que los toros se vuelvan debe aprovecharse su aturdimiento para que, sin dudar, tomen la puerta del corral. Aún a pesar de esto, hay toros que se vueven y cuesta harto encerrarles, y hay que valerse de medidas ingeniosas para lograrlo. Recuerdo, y perdónese esta disgresión, que encerrando una vez una corrida de Coquilla en el embarcadero de la Maya, un toro se desmandó a poco de entrar en la manga, vlviéndose a la querencia de la dehesa. Cuantas veces se intentó encerrarle, bien arropado del cabestraje y aumentado éste en número con los bueyes que se encontraron en las dehesas próximas, fracasó el empeño de encerrarle y siempre volvía a su querencia de la dehesa. Gran parte del día iba gastada en esta brega, cuando se acordó que, además de los bueyes, entraran en la tropa del encierro alguanas vacas. Pareció responder el toro al estímulo de esta nueva compañía; pero al llegar a la misma puerta del encerradero, de nuevo volvió a desmandarse. Se desesperaba ya de poder encerrarle cuando, en una de las fugas del toro por los cercados pasó próximo el tropel al rodeo de los erales. Espantados éstos, se desmandaron, y uno de ellos, fortuitamente, se agregó al tropel del toro, vavas y cabestros. Al verle el toro entre su tropa dio en pegar tras él celosamente, lo que, observado del ganadero, hizo que se utilizara este sentimiento celoso para el fin hasta entonces frustrado. En efecto, en esta forma se logró llevarle al encerradero, y al ver entrar en el corral a las vacas con el eral, sin dudarlo, traspuso tras ellos la puerta.

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