jueves, 8 de agosto de 2013

LOS MALETILLAS


LOS  MALETILLAS


Viajemos en el tiempo a MORALEJA, LA DEL PERAL, aquella en la cual la mayoría de sus casas eran de adobe y sus calles estaban en tierra, circunstancia esta que las hacían intransitables: en invierno, por los socabones que originaban los carros y las bestias los días de lluvia; y en verano, por el polvo, el sopor, las moscas y las avispas.  Esa MORALEJA en la que al ponerse el sol, después de haber estado cayendo a plomo durante toda la siesta, el pueblo cobraba vida, las gentes salían a la calle para sentarse a la puerta de casa a tomar el sereno, que decían.
Esa MORALEJA donde los muchachos por las tardes, a pesar de las sofocantes temperaturas, tenían como entretenimiento jugar en las plazas del pueblo a entera, a marro o al escondite. Interrumpidos estos juegos cuando al atardecer llegaban al pueblo las cabras del “cabrial” o los cochinos de la “porcá”. Y , entonces la diversión consistía en correr detrás de estos animales para enfado de los dueños y de quienes los cuidaban.
Otro juego que tenía mucha aceptación entre los chavales, era “el del toro”. Juego en el que uno embestía con una cornamenta conseguida en el matadero y adaptada con mucha pericia para que pareciera la cabeza de un toro, mientras que los demás simulaban al matador y su cuadrilla. A veces, cuando al matadero era conducida una res de media casta o cuando por el vado del río pasaban hacia la feria de Coria las manadas de vacas moruchas, los chavales coqueteban con el riesgo tratando de emular a los maletillas que, con su hatillo al hombro, habían visto entrar y salir en multitud de ocasiones del BAR PESETA, muy conocido en el planeta de los espigados soñadores de verónicas de plata, por la generosidad de sus dueños, ya que allí siempre encontraban un plato de comida y un rincón donde descabezar el sueño.
A veces la linea divisoria entre la realidad y el juego era tan sutil que sin apenas darse cuenta en algunos chavales se despertaba una afición desmedida a los toros y su mayor deseo era ser torero, profesión esta, envuelta en un halo romántico, repleta de dificultades y riesgos y en la que triunfar era más que un milagro. Pero los que lo conseguían, se podían permitir cambiar las humildes casas donde se habían criado por un cortijo en el que alojar a su familia. En definitiva, esta arriesgada profesión era la única que les podía proporcionar a estos jóvenes una vida de ensueño, una vida en la que dar un revolcón a su destino y al de sus seres más queridos.
Y era esa ilusión la que empujaba, a estos osados mozuelos, a dar el paso de ir a torear de noche a las fincas de los alrededores (Santa Maria, Monteviejo, La Cañada, Rozacordero, Malladas, etc.).
Aunque eran de sobra conocidos por todos en el pueblo, los aprendices de toreros se veían obligados a llevar una doble vida. Desempeñaban un trabajo mal remunerado y con jornadas agotadoras e interminables por el día; y por la noche tenían que compaginar hacer la luna, con  acudir a la puerta de su novia a pelar la pava, tarea esta que era interrumpida, cuando tocaba, al oir la señal convenida con sus compañeros.
-¡Tengo que irme!, mañana me toca madrugar-se excusaba-. Y unas veces por las prisas y otras por la falta de intimidad no había ni beso de despedia. Y eso que aún le quedaba acudir a la cita con el miedo.
La Plazuela de Venturina era el lugar de reunión del grupo, allí planificaban el acontecimiento, produciéndose lo primero de todo el intercambio de información (he visto un toro en tal sitio, a mí me han dicho que en tal otro hay apartada una corrida…) y decidían si era a la Maestranza o a las Ventas, a donde  tocaba ir ese día a hacer el paseillo. Se dirigían al lugar donde escondían el hatillo y unas veces a pie y otras andando ¡A TOREAR!, generalmente las noches de luna llena.
Una de estas noche, el lugar elegido para alcanzar la gloria fue una de las dehesas dedicadas a la cría de toros bravos, había apartada una corrida y la información venía de buena fuente, nada menos que del hijo del vaquero que se había unido al grupo. Y aunque en esta ocasión él no los acompañó, por precaución, sí se encargó de manera generosa de crear las condiciones para que la faena transcurriera de manera exitosa.
Con el sigilo propio que requería la ocasión y burlando todo tipo de sobresaltos provocados por el miedo y la penumbra, en una hora por el camino de las parcelas se presentaron en el lugar. Lo primero, tal vez para tranquilizar la conciencia o quizá para reponer una dosis de valor, fue pasar por la ermita a rezar a la Virgen de la Vega. Después saltaron al cerrao donde estaban los toros y apartaron uno de ellos. Y sin más comenzó la faena.
Todo iba de maravilla. ¡Ya tenían la puerta grande al alcance de su mano!
Hasta que no se supo por qué extraña razón, un perro de los que habitualmente guardaba el caserío y que el hijo del vaquero se había encargado de alejar del lugar para que no despertara a los trabajadores de la finca, apareció de manera fortuita y provocó la estampida de los toros que saltaron las paredes del cerrao y desaparecieron en la oscuridad.
A la mañana siguiente el mayoral de la ganadería se personó en el cuartel de la guardia civil a presentar la correspondiente denuncia, inmediatamente los guardias se pusieron sobre la pista de los sospechosos  aunque estos, pues no era la primera vez que pasaban por un trance parecido, ya habían convenido que pasara lo que pasara y por mucho que les presionaran ninguno iba a delatar a los demás. ¡Qué ilusos! Desconocían la magnitud de su fechoría y esta vez habían llegado demasiado lejos, el que más y el que menos se llevó unos mamporros y una generosa multa de 250 pesetas que en aquel entonces era una fortuna.
Brindis: Te presto mi pluma para lidiar al toro que corneó tu memoria. ¡Va por ti!

                                                                                                 Julio Morcillo Almaraz

1 comentario:

  1. "Te presto mi pluma para lidiar al toro que coneó tu memoria" JMA. Cada vez que lo leo me gusta más, papá. Os quiero, a ti y al abuelo, ambos tenéis un nosequé para atraer al riesgo. Espero poder prestaros mi pluma algún día para que nunca se quede nada en el tintero.

    Tu hija la pequeña

    ResponderEliminar